Anecdotario No. 11. ¿No que muy liberales?

images
Como en muchas fábricas, en ésta existían cientos de sueños eróticos clavados a las paredes, fotografías de mujeres, con muy poca ropa o con ninguna, seduciendo las aspiraciones de los mecánicos, los electricistas, los plomeros que se imaginaban dueños futuros de algo más que la foto de la damisela mirándolos con ojos cachondos. De perfil, en actitud retadora, con rostro de no dañar a nadie, con uniforme de escolar abierto hasta donde la imaginación se atora, mostrando de más o escondiendo de menos, ellas se asomaban desde el papel por todos los rincones del taller, sin importarles la grasa, el chirrido de las herramientas o el hambre carnal de cien sindicalizados en celo casi eterno. La eterna canción de Chava Flores: “¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?”.
Unos días antes de que tomáramos la prudente decisión de retirar todos los cartelones, sucedió que Carolina Aceves, la primera mujer tornero que tuvimos en el taller mecánico, una mujer emancipada y simpática que valoraba su libertad como pocas, decidió democratizar las paredes. Una mañana colocó tres fotos a tamaño carta de unos muchachos muy bien alimentados quienes, para no ser menos con las damas de la pared de junto, venían también encueraditos y de cuerpo completo. Quizá lo único que había quedado a resguardo en las imágenes era el tipo de sangre de los modelos, el resto era una evidente recuperación de los espacios, en beneficio de la diversidad. Aún para los hombres era difícil no voltear hacia las fotografías de Bryan, de Milton y hasta de un moreno casi deforme que exageraba en centímetros su mayor cualidad, que era muy mayor. La aventura duró pocos días. Lo que empezó como una reivindicación se convirtió en una afrenta para el resto de los mecánicos quienes, primero de manera discreta y más tarde abiertamente, protestaron por “la vulgaridad de aquellas imágenes”. Carolina, una obrera robusta cercana a los treinta años, desafiaba a sus compañeros acusándolos de envidiosos. Cabe hacer notar (aunque creo que es innecesario) que aquellas fotos no mostraban ni exceso de grasa ni panzas prominentes, por lo que es de asegurar que algo de envidia sí había.
Nuestro pavoroso machismo se vio de pronto amenazado por la posesión de las paredes, e inclusive alguien sugirió frenar ese asunto antes de que el ejemplo cundiera en el resto de la fábrica donde había muchas mujeres, quienes ahora visitaban, con inusitada frecuencia, el taller mecánico, y hasta hicieron una votación para elegir al hombre de sus sueños, entre el repertorio. Las quejas llegaron al sindicato y los representantes se presentaron, orondos como casi siempre, a conocer nuestra opinión sobre aquel asunto que estaba “inquietando a las bases trabajadoras”. Carolina no cedió a las amenazas veladas e, inclusive, envió un claro mensaje de quejarse ante todos los organismos de protección a las mujeres que se le pudieran ocurrir, y se le ocurrían muchos. Mismas obligaciones, mismos derechos, mismos antojos, mismos cromos en las paredes.
Una conciliadora decisión logró que, dando y dando, las únicas desnudas que quedaran en la fábrica fueran las paredes, por lo que se retiraron las misses más solicitadas y las estrellas de la farándula que se habían adueñado de los espacios fabriles por años, a cambio de que los muchachos de Carolina fueran recluidos en la clandestinidad. El proceso fue lento y suspirado y hubo quien, al final del ritual, aún acarició la pared de donde había volado su dueña (o su dueño). En apariencia, todos quedaron tranquilos. Volvió la rutina y la realidad, pues aquellos ladrillos llenos de cemento mostraron, ahora sí, que eran para contener y no para abrir el cielo En lugar de las imágenes colocamos unas frases que invitan a la productividad y al uso de lentes de seguridad. Aburrido, pero eficiente.

Deja un comentario